lunes, 12 de enero de 2009

UNA OBRA DE CONSTRUCCIÓN




Sé que no se debe filosofar sobre ese asunto misterioso que es el amor, pero voy a permitirme una humilde y rebatible reflexión...

El amor es como una casa. No se construye en las nubes -por aquello de la fuerza de la gravedad-, sino desde abajo. Se colocan los pilares sobre el suelo, se van poniendo ladrillos -no paja ni madera, no vaya a venir el lobo-, se enfoscan las paredes y se colocan los muebles. Una vez terminada la casa, siempre habrá alguna habitación oscura, algún cuadro mal colocado y por supuesto algún desperfecto. Esto -aceptémoslo- formará siempre parte de cualquier hogar. Pero si somos buenos habitantes de la casa, limpiaremos todos los días, reformaremos de vez en cuando y pintaremos las paredes.


No hay dos casas iguales, no hay casas perfectas, pero e
l único requisito para que la casa de la que hablo funcione, es que debe ser cuidada por dos personas. Solo así puede construirse y mantenerse. Porque el amor es de dos y que me perdonen los poetas, pero el amor que no es correspondido dudo mucho de que sea amor.

Por otra parte, siempre existen los terremotos, que la pueden hacer tambalear o incluso destruir. Pero esto es un riesgo que hay que asumir en toda obra de construcción.

2 comentarios:

  1. Esta entrada es simplemente fantástica. Opino que el buen amor es como una casa, el amor que es para siempre y del que siempre pueden quedar unas ruinas sobre las que se puede volver a edificar.

    El que se queda en las nubes se extingue tan rápido como tarda en llegar la tempestad.

    Un beso, Kindlist.

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  2. El problema, digo yo, es encontrar una persona que piense así y quiera colaborar en las tareas del hogar porque, lamentablemente, no todo el mundo quiere construir, ni limpiar, ni aceptar con deportividad la presencia latente de grietas que hay que rellenar y repellar periódicamente. No, ahora lo más normal es huir, dejar las tareas para otro. Sigamos buscando quien sepa hacer buenas mezclas y enfoscados, al menos alguien que quiera mancharse las manos y ponerse a la faena.

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